Conquistar la Verdad

Contratapa – Será Justicia N° 60 (Mayo 2018)

Conquistar la Verdad

Por Hugo Seleme (*)

Contratapa-SJ060web-8Estoy sentado en un bar y la cara del ministro Dujovne resplandece en la pantalla del televisor. Intenta controlar la escalada del dólar. Está anunciando que el Gobierno va a pedir un préstamo al FMI. Lo que dice, sin embargo, es sorprendente. Sostiene que la nueva deuda no aumentará el endeudamiento y que el FMI no es el FMI, sino que es algo distinto y nuevo. Por supuesto que no es verdad, y no puede serlo, ¿pero es una mentira? La escena no es una excepción aislada, aberrante, producto de los desvaríos de un funcionario sobrepasado por las circunstancias. Desde que Mauricio Macri está en el poder, el patrón se repite y extiende. El titular del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos, Hernán Lombardi, desafiante frente a las matemáticas, afirma que “se gastó un 600% menos” en derechos por el mundial, y el propio presidente ha sido líder y precursor en esta utilización peculiar del lenguaje. El 10 de julio de 2016, con tono esperanzador, declara que “lo peor ya ha pasado” y que de allí en adelante todo irá mejor. Pero el 18 de marzo del año siguiente afirma que recién allí “lo peor ha pasado” y el 1 de marzo de este año, desafiando toda lógica, reincide con una declaración idéntica. Por supuesto que estas tres afirmaciones no pueden ser verdad, ¿pero son una mentira?

Creo que estas no son mentiras, sino algo más pernicioso: tonterías. La proliferación de tonterías en el espacio público, aunque es una recién llegada en Argentina, no es un fenómeno novedoso. El filósofo Harry Frankfurt en 2005 lo abordó en su libro On Bullshit. Allí se encarga de distinguir la mentira de la tontería, o post-verdad como generosamente la hemos bautizado nosotros. Quien miente sigue pensando que la verdad es importante. Quiere que el que lo  escucha piense que lo que dice es verdad. El mentiroso considera que la verdad es algo valioso e intenta apropiársela de modo fraudulento. Aquel que distorsiona los hechos, formula falsas promesas, o enmascara sus intenciones, miente, pero su mentira todavía reivindica el valor de la verdad, porque aspira a que aquellos que lo escuchan piensen que lo que está diciendo es cierto. Miente para ocultar la verdad.

Quien dice tonterías o sin sentidos, en cambio, no aspira a que aquél que escucha crea que lo que dice es verdadero. Lo que dice puede ser completamente contradictorio, tonto, vacuo. Quien dice tonterías no quiere ocultar la verdad, sino disolverla. Es una amenaza a la verdad más grave que la mentira porque ni siquiera reconoce su valor para apropiárselo de modo espurio. Lo que subyace es una actitud de indiferencia frente a la verdad que, como una enfermedad, se contagia del que dice tonterías al que las escucha sin reaccionar. Quien miente puede ser desenmascarado con los hechos, quien dice tonterías no. La tontería busca licuar el valor que tienen los hechos como último sostén de la verdad.

Tapa-SJ060Cuando el clima de indiferencia frente a la verdad invade el espacio público, las consecuencias indeseables no se hacen esperar. La adhesión de la ciudadanía a un plan de gobierno, una vez que los hechos producidos por la gestión han sido disueltos en un mar de tonterías, deja de ser un respaldo fundado en razones y se transforma en una especie de fanatismo vacío e  insustancial. El debate político es reemplazado por slogans –como “vamos juntos”, “tenemos que sumar” o “cada uno de ustedes puede más”–, las ideas por imágenes –generalmente de hombres sin corbata con camisas impolutas y mujeres con gesto inocente y hablar aniñado– y los argumentos por apelaciones a la emoción –“hay que abandonar la resignación y el miedo”–.  Adicionalmente, el entramado social se resquebraja y las relaciones humanas genuinas –fundadas en hechos concretos, fruto de la empatía y el deseo de cuidado del otro– son  reemplazadas por meras apariencias.

Nuestro sistema judicial, como no podía ser de otro modo, ha sucumbido al clima de época. Los hechos y la verdad han dejado su lugar a la mera apariencia. Algunos jueces, desatados de las ataduras que sobre ellos imponía la antigua necesidad de probar hechos, han salido a encarcelar ciudadanos por el único delito de ser opositores políticos. El problema radica en que una vez que los jueces se desentienden de la búsqueda de la verdad, la coacción estatal que administran deja de estar fundada en las leyes y pasa a estar sostenida sobre sus convicciones y apetencias personales. Aparece algo semejante a una dictadura judicial donde los derechos y las libertades de todos se encuentra a merced de la voluntad de un individuo, y de la de aquellos que a través de amenazas o recompensas puedan manipularla.

La importancia de los juicios por los crímenes de lesa humanidad sólo puede ser advertida una vez que son puestos sobre este telón de fondo. La herramienta para ocultar los crímenes aberrantes de la dictadura no es ya la mentira que los niega, sino la tontería que los disuelve. Pocos afirman hoy que los desaparecidos no fueron torturados y asesinados sino que están haciendo turismo en Europa. La mentira ha sido reemplazada por la apelación a la tontería, por ejemplo, de un presidente que, haciendo gala de su ignorancia y desdén por los hechos, afirma que “no tiene idea de si fueron 9.000 o 30.000” porque “es una discusión que no tiene sentido”. Los juicios por crímenes de lesa humanidad son un ejercicio valiente de resistencia frente a la marea boba que todo lo disuelve. Son una demostración palpable de que la búsqueda de la verdad sí tiene sentido y los procesos judiciales son una herramienta apta para descubrirla. Un recordatorio de que la amnesia provocada por las tonterías puede, a lo sumo, hacernos olvidar aquello que nos atenaza, pero que sólo la verdad nos libera.

(*) Hugo Seleme es profesor titular de la Cátedra de Ética y director del Programa de Ética y Teoría Política de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba. Es también  investigador del Conicet.

Ingresá al link para leer el N° 60 del Será Justicia: click aquí